En un pueblito
no muy lejano,
vivía una
mamá cerdita
junto con sus
tres cerditos.
Todos eran
muy felices
hasta que
un día
la mamá cerdita
les dijo:
—Hijitos, ustedes ya
han crecido,
es tiempo
de que sean
cerditos adultos y
vivan por sí mismos.
Antes de dejarlos ir,
les dijo:
—En el mundo
nada llega fácil,
por lo tanto,
deben aprender a
trabajar para
lograr sus sueños.
Mamá cerdita se
despidió con un
besito en la mejilla
y los tres cerditos
se fueron a vivir
en el mundo.
El cerdito menor,
que era muy,
pero muy perezoso,
no prestó atención
a las palabras
de mamá cerdita
y decidió construir
una casita de
paja para terminar
temprano y acostarse
a descansar.
El cerdito del medio,
que era medio perezoso,
medio prestó atención
a las palabras de
mamá cerdita y
construyó una casita
de palos.
La casita le quedó
chueca porque como
era medio perezoso
no quiso leer
las instrucciones para construirla.
La cerdita mayor,
que era la más
aplicada de todos,
prestó mucha atención
a las palabras de mamá cerdita
y quiso construir
una casita de ladrillos.
La construcción de
su casita le tomaría
mucho más tiempo.
Pero esto no le importó;
su nuevo hogar la
albergaría del frío y también
del temible lobo feroz...
Y hablando del temible
lobo feroz,
este se encontraba
merodeando por el bosque
cuando vio al cerdito menor
durmiendo tranquilamente
a través de su ventana.
Al lobo le entró
un enorme apetito
y pensó que el cerdito
sería un muy delicioso bocadillo,
así que tocó
a la puerta y dijo:
—Cerdito, cerdito, déjame entrar.
El cerdito menor
se despertó asustado
y respondió:
—¡No, no y no!,
nunca te dejaré entrar.
El lobo feroz
se enfureció y dijo:
Soplaré y resoplaré
y tu casa derribaré.
El lobo sopló y resopló
con todas sus fuerzas
y la casita de paja
se vino al piso.
Afortunadamente, el cerdito
menor había escapado
hacia la casa del cerdito
del medio mientras
el lobo seguía soplando.
El lobo feroz
sintiéndose engañado, se dirigió
a la casa del cerdito
del medio y al tocar
la puerta dijo:
—Cerdito, cerdito, déjame entrar.
El cerdito del medio respondió:
— ¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.
El lobo hambriento
se enfureció y dijo:
—Soplaré y resoplaré
y tu casa derribaré.
El lobo sopló y resopló
con todas sus fuerzas
y la casita de palo
se vino abajo.
Por suerte,
los dos cerditos habían
corrido hacia la casa
de la cerdita mayor
mientras que el
lobo feroz seguía soplando
y resoplando.
Los dos hermanos,
casi sin respiración
le contaron toda la historia.
—Hermanitos, hace mucho frío
y ustedes la han pasado
muy mal,
así que disfrutemos
la noche al calor de la fogata
—dijo la cerdita mayor
y encendió la chimenea.
Justo en ese momento,
los tres cerditos
escucharon que tocaban la puerta.
—Cerdita, cerdita, déjame entrar
—dijo el lobo feroz.
La cerdita respondió:
— ¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.
El lobo hambriento
se enfureció y dijo:
—Soplaré y soplaré
y tu casa derribaré.
El lobo sopló y resopló
con todas sus fuerzas,
pero la casita de ladrillos
resistía sus soplidos y resoplidos.
Más enfurecido y hambriento
que nunca decidió trepar
el techo para meterse por la chimenea.
Al bajar la chimenea,
el lobo se quemó
la cola con la fogata.
—¡AY! —gritó el lobo.
Y salió corriendo por el bosque
para nunca más ser visto.
Un día cualquiera,
mamá cerdita fue
a visitar a sus
queridos cerditos y
descubrió que todos tres
habían construido
casitas de ladrillos.
Los tres cerditos
habían aprendido la lección:
“En el mundo
nada llega fácil,
por lo tanto,
debemos trabajar para
lograr nuestros sueños”.